Un modelo actualizado de niñez.
reseña de Bertha Bilbao Richter
Sabemos que cada época histórica ha acuñado un modelo de infancia, una imagen de la niñez que se manifiesta en los libros destinados a los neolectores. Son los escritores quienes se convierten en guías de los niños o en mediadores entre la sociedad representada en el texto y sus destinatarios que se proyectan en aquélla. Es por eso que en cada etapa histórica la literatura infantil ofrece temas, estructuras y estilos determinados. Edith Canseco ha pensado en cómo es un niño de hoy, cuáles son sus intereses y cómo se comporta; de ahí que exalta los valores que naturalmente afloran en la edad de la inocencia y de la candidez. En consecuencia, no es casual que sus personajes lleven el nombre y a la vez sean portadores de esas abstracciones: Inocencio y Cándido que, para la autora, no son modelos anacrónicos superados por la dinámica social sino que representan a los niños de nuestros días, partícipes del mundo de los adultos por efecto de los medios de comunicación: Esto explica su interés por las luchas armadas, el terrorismo, los secuestros express, los asaltos, los conflictos sociales, en suma, por todo lo que acontece en el mundo, pero no por eso pierden la fantasía tan fecunda en esa etapa de la vida; de ahí que uno de ellos viaja con un marciano que lo invita a participar de “su lugar” en el cosmos, experiencia que compartirá con su amigo y compañero pero que mantendrá en ese secreto inviolable hasta para los padres, porque como sostiene C.S. Lewis, los niños emprenden travesías intransferibles e incomunicables.
Se percibe en este relato, constituido por una serie de episodios, la protección a los animales tan propia de los niños: tal es la cura de la pata de un ciempiés y el castigo a quien maltrata a un caballo y a un chico que hondea pajaritos. Ciudad y campo son los contextos elegidos por Edith Canseco para situar a los personajes siempre en búsqueda de conocimientos a través de sus vivencias.
Una función de títeres en el parque Centenario permite a la autora, a través de las frescas opiniones de sus personajes, soslayar una crítica a quienes personifican la escuela. Inocencio dice: “La maestra es la tortuga que lentamente enseña lo que puede, sin ver más allá de sus propios problemas. Julián, el preceptor, es como el zorro que se hace el simpático tratando de evadirse de sus problemas”. No está ausente la crítica, aún más aguda al sistema político; es la voz de Cándido que rememora lo que siempre dice su papá: “Nosotros, como pueblo, somos las tortugas que no vemos más allá de nuestras narices, aunque algunos, como los sapos, se comen pequeños bichitos para subsistir y dan saltos que no llegan a ninguna parte. Pero el principal problema es que estamos gobernados siempre por caudillos que toman diferentes formas como los leones, que impresionan, pero son pura pinta; o como los zorros, astutos y taimados que sólo piensan ene su propio beneficio; o como los camaleones, que adoptan el color del entorno como camuflaje (18-19).
Muy bien logradas las páginas que registran la llegada de un bebé a cada una de las familias de ambos amigos que se sienten marginados ante el interés de los padres dispensado a los hermanitos recién nacidos. Por ese motivo, y al sentirse relegados de afecto y atención, se juran “hermandad eterna”. Los siempre comprensivos padres los mandan a pasar las vacaciones a un pueblo de la Patagonia donde vive la bisabuela de uno de los niños que invita al inseparable amigo. El nuevo ámbito geográfico los sorprende y les brinda nuevas experiencias y el conocimiento del sur del país, su clima, sus costumbres, la modalidad solidaria de la gente del pueblo, las comidas típicas. El pequeño descendiente de la anciana dueña de casa no se explica por qué su Nona vive en ese pueblo tan abandonado por el resto del país, hasta que comprende los motivos de su arraigo: la familia, los amigos, las luchas compartidas, el trabajo honesto, la paz lograda. Rememoración que soslaya el repentino crecimiento de la región Patagónica, las promesas incumplidas del gobierno que prometió un desarrollo fabril que fue haciéndose fantasmal.
La experiencia del cuidado de una mascota, vivida con alborozo por uno de los niños y compartida con su amigo, es otra secuencia narrativa que la autora enriquece con una nota periodística de Mempo Giardinelli acerca de un perro callejero, que se hizo muy popular en la capital del Chaco, donde tiene tres esculturas que lo recuerdan.
Hay guiños intertextuales con algún cuento de Las mil y una noches y con una leyenda “de amor”, la de Maité y el guerrero. El otoño y la enfermedad de uno de los niños motivan sus reflexiones sobre la muerte que la autora homologa poéticamente con la caída de las hojas secas desde la observación de uno de los protagonistas y que el otro interrumpe con la propuesta de una partida de ajedrez.
El último capítulo titulado “Vieja amistad” reivindica la perdurabilidad de los lazos sociales fundados en el reconocimiento recíproco, en la ayuda mutua, en los valores compartidos; la historia de la amistad de los padres de ambos niños instaura un ciclo que completarán los hijos.
El modelo de niños que ofrece Edith Canseco en su libro es el de la infancia de hoy: observadora del mundo, siempre en actitud de aprendizaje, de entender lo que sucede y que, lejos de la sumisión y de la ciega obediencia, son cuestionadores pero siempre manteniendo el delicado equilibrio entre la rebeldía y la aceptación de las normas; niños capaces de transitar entre la realidad y la fantasía, entre la reflexión y el juego; niños que participan de su proceso de formación, con esa independencia sabiamente controlada por padres modernos e inteligentes que preparan hijos para la toma de decisiones autónomas.
Si la literatura para niños refleja la sociedad del momento y actúa como sistema modelizador, considero que Un mundo distinto, de Edith Canseco, cumple este propósito.
El Prólogo de María del Mar Estrella pone en relieve el realismo y el humor y al mismo tiempo, la sencillez y la transparencia de la narración. Fotografías tomadas por la autora ilustran los diez capítulos de este libro.
Nota: Edith Canseco obtuvo la Faja de Honor de la SADE en el género Literatura Infantil y Juvenil el año 2011.