¡Viva la palabra!: La literatura por los chicos
Valeria Badano
Desde hace un tiempo, en Argentina, cada segundo domingo de agosto se festeja ‘el día del niño’. Puede considerarse un acontecimiento comercial, un ejemplo más del consumo de estas épocas; sin embargo, me gustaría pensarlo como la celebración del día de los niños. Un día en particular para que recordemos algunas cosas. Una, que, aunque el día de los niños es –o debería ser- todos los días, al señalarlo en el almanaque podemos detener unas horas nuestra vida de adultos ‘llena de obligaciones’ para pensarlos, verlos, sentirlos reír. Dos, porque en esa demora de nuestra vida, tenemos la posibilidad de recuperar a esos niños y reconocerlos en la plenitud de sus derechos: No sufrir discriminación de ningún tipo, educarse en un mundo en paz, ser protegidos, amados y cuidados por los adulos, no ser explotados, tener identidad y jugar.
Y tres, porque en esa demora podemos, también nosotros, encontrarnos niños, al resguardo de nuestros derechos y habitando un ‘otro’ universo posible.
Desde el respeto por los derechos de los chicos, en salvaguarda de ellos y en la firme intención de recuperarme niña quiero compartir la palabra de una nena que sabía que más allá de las ataduras reales, la imaginación y la palabra la estaban haciendo libre para siempre.1
En Palabra viva, textos de escritores y escritoras desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado en la Argentina entre 1974 y 1983, aparece un breve texto poético de Alejandra Lapacó Aguiar2. Precediéndolo hay una aclaración de Carmen Lapacó Aguiar, madre de la escritora, que explica:
…Les escribo a instancias de una compañera de mi hija, la que conoció lo que escribía mi hija que está desaparecida y piensa que si bien no era una escritora, ya que la secuestraron a los 19 años, lo hacía muy bien […] solamente he encontrado alguno de los versos que escribía en la primaria […] Éste lo escribió cuando tenía 8 años. Transcribí la palabra reina con y porque así la escribió ella… (2007: 42)
El texto es un poema de Alejandra -“La Reyna del bosque”3– que se presenta en la edición de SEA de un modo fragmentario ya que faltan, así lo aclara la madre, algunos versos “…porque al estar los papeles tan viejos no pude descifrarlos…” (2007: 142). Sin embargo, el texto no pierde claridad y belleza ni se derrumba en una expresión vacía de sentido. La autora es una niña y con su voz nos acerca su mundo, el que percibe, el que desea.
El enunciador es claramente el YO, y la acción que indica es la del sueño. De esta manera, el mundo queda definido según la relación que ese YO tiene con él (la referencia: el sueño): “Yo siempre sueño que del gran bosque soy reyna…”
A partir de esa relación entre el sujeto y la realidad: yo/mundo soñado -que puede leerse como mundo creado-, se diseñan las relaciones con los otros seres que habitan ese mundo: un monito, las ardillas y conejos, Doña Primavera, y el ejercicio de creación y poder que el YO manifiesta. Dice el texto: “…Las ardillas y conejos me convidan con ciruelas / Yo en cambio las adorno con estrellas / y las nombro mis doncellas…” (2007: 142)
Los tres últimos versos son los que llaman la atención por la revelación subjetiva y por el grado de reflexión existencial que exponen. Ello expresado en la repetición de las palabras que logran cargar de ritmo al texto haciendo que este se demore en su conclusión. Por otra parte, el paralelismo entre las palabras “quieta, quieta, quieta” y “reyna, reyna, reyna” que cierran el primer y tercer verso respectivamente, establece una construcción semántica que define lo estructural de texto a la vez que valida un universo dual, oculto, que es el que transita la niña. Así, se abren dos espacios: el jardín y “mis sueños”. El mundo exterior, el visible para “Todos” (que pueden ser los adultos y, por lo tanto, los ‘dueños’ del poder), está legitimado por las conductas esperables y es el mundo de las apariencias. Vuelvo a pensar en el planteo de Paul Virilio cuando dice que los niños desarrollan sus acciones dentro “…de una verdadera estrategia del secreto…” (1998: 9) El otro, en cambio, el mundo privado es plural y extendido, allí las acciones son posibles. Es el universo de los sueños propios, donde el YO rige por sobre las apreciaciones de los demás y el ser se define. Vale la pena leer estas palabras, las sabias, las vivas, a través de la cuales una niña de ocho años hizo posible la literatura:
“…Todos creen que me quedo en mi jardín quieta, quieta, quieta,
Sin embargo en mis sueños
Yo soy reyna, reyna, reyna.” (2007: 142)
1 De mi libro Escribir para chicos. La infancia y las escritoras. Una aproximación a las poéticas de tres autoras argentinas (2011), Nueva generación, 71-73.
2 Fue detenida y está desaparecida desde 1977, cuando tenía 19 años.
3 El uso de la ‘y’ está en el manuscrito.