por Nélida Norris
Quisiera agradecer a la profesora Bertha Bilbao Richter la oportunidad que se me ofrece de testimoniar mi gratitud al ámbito pedagógico de la Argentina del cual fui y soy, perenne deudora.
Mis padres se radicaron en los Estados Unidos cuando yo era una adolescente. Allí aprendí el inglés. Fueron años de estudios arduos, pero siempre guiados por el anhelo de seguir la ruta preceptora de mis maestras de la escuela primaria.
No era mi intención ser escritora. Sólo por complacer a una amiga, escribí dos cuentos que ella necesitaba para completar un proyecto pedagógico de literatura.
Descubrí entonces que en la literatura para niños y jóvenes es recomendable – mediante estrategias ficcionales- habilitar la evolución moral e intelectual del lector pero sin que por ello se descuide el desenvolvimiento narrativo. De allí parte mi interés por desarrollar temas que gravitan en torno a la amistad, a la carga emocional que deriva de la compasión, al afecto por los animales y a la gracia que otorga el perdón; y, naturalmente, consciente de incluir, cuando viene el caso, andamiajes verbales que por boca de los chicos nos resulten ocurrentes.
En “La apuesta de Minerva”, si bien la discreta picardía de Minerva logra su propósito de aprender a pilotear un avión, a pesar de todas las objeciones de su mamá, el relato no sólo registra la presencia del famoso Circo del Aire en la Argentina de principios del siglo XX sino que a la vez realza el arrojo femenino al incluir la verídica actuación de Elly Jonescu, la intrépida Princesa rumana.
En “Los buscadores de oro”, el sesgo narrativo lo consigna la amistad que surge entre el rústico y gentil Cardo y la sofisticada Melba, momentáneamente unidos por una anhelante esperanza: ver el instantáneo rutilar de una estrella fugaz y pedirle que les conceda un acuciante deseo. Sin embargo, en este ambiente telúrico donde los adultos buscan riquezas transitorias, Cardo y Melba reafirmarán, con la cándida pureza de sus peticiones, el valor imperecedero de lo que no se obtiene con el oro.
En “Un concurso de Carnaval inolvidable”, una simpática barriada de chicos, cansados de los desplantes y aire de superioridad que adopta Lavinia – la recitadora oficial del vecindario- deciden darle una lección de humildad y, de paso, ganarse el premio que ofrece el concurso del cine local. El interés del cuento deriva del enganche dramático que ocurre durante la puesta en escena por los neófitos actores y de las sorpresas que provoca la tramoya teatral manipulada con la intención de dar a conocer – y quizás luego, de discutir en clases- asuntos culminantes de una de las novelas más célebres y emocionantes del siglo XIX.
Implícito en el cuento “El cachorrito”, es el estoico comportamiento de Julián y su madre ante la trágica y súbita muerte de la pequeña Aura. Cómo el hermanito y la madre superan, y a su manera individualizan ese desgarrante pero sordo dolor de la funesta desgracia, es el nudo del relato.
Hay inesperada crueldad en “Los milagros del viento y la luna”, pero también la esperanza de redimirla con la bondad y fidelidad incorruptible de seres queridos. Cuento mágico éste donde puede entrar en juego la curiosidad del joven lector por conocer el origen y simbolismo del unicornio, ese animalillo candoroso y de legendario cuerno. Propagada en la Edad Media, la leyenda cuenta que Dios le ordenó a Adán que nombrara a los animales del reino, y el unicornio fue el primero que Adán nombró. Según el mito religioso, al oír ese nombre, Dios le tocó la punta del cuerno, acto que lo elevó sobre todos los otros animales a tal punto que, a partir del siglo IV, el unicornio pasó a ser símbolo de Cristo y del poder de Dios. Empero, con el tiempo esa percepción religiosa deja de tener vigencia. Sin embargo, el joven Pablo, personaje del cuento, nunca abandona la certeza del poder purificador que el simbolismo cristiano le asigna al unicornio.
También es cierto que no siempre hay un determinado objetivo pedagógico más allá de la mera aspiración de entretener. Tal es el caso de los cuentos “El beso” y “Sócrates vencedor”. Ambos más breves y, en el caso del primero, de tema pueril que sólo aspira a divertir; en tanto que, “Sócrates vencedor” opta por narrar una odisea perruna con final feliz. Este cuento es uno de los favoritos y más disfrutados en el campo docente, porque la simpatía que despierta Sócrates, a su vez, inspira a los alumnos a improvisar las aventuras de su mascota favorita en las clases de composición.
Por último, vale recordar que la estructura tradicional de principio, medio y final sorpresivo aún domina el desarrollo de todo buen cuento. Asimismo, vale enfatizar que el proceso narrativo debe articularse con frescura verbal y deslizar las frases con voluntad carismática.
Nota: Exposición de Nélida Norris en la Feria del Libro de Buenos Aires (2009) acerca de su libro Cuentos para abuelas y nietos.