ARTÍCULOS: El don de abrazar la literatura


Por Marisa Pérez Alonso (*)

«El cuento de hadas» de André Kertesz
  Al don, al don, al don pirulero
Cada cual, cada cual atiende su juego
Y el que no, y el que no
Una prenda dará…

¿Se acuerdan de este juego? ¿Alguien se preguntó si Aldón era un nombre o Pirulero un apellido? Nadie, porque en el momento de jugar, un niño no cuestiona las definiciones, juega. De igual forma cuando un niño juega a que lee, no juega, lee.


La Alfabetización y la literatura atienden cada una su juego y su forma mágica de crear enlaces creativos, de desarrollar estrategias de pensamiento, de representar lo imposible. Pero son los mediadores, esos “casamenteros entre el texto y el lector” como los denominó Graciela Montes, los que se responsabilicen de que una no esté al servicio de la otra, ni se olvide alguna para sobrevalorar a la otra.


La lectura en voz alta será el puente entre las dos. Será el puente entre los márgenes.

Todos los elementos de una buena experiencia con la lectura ayudan a llamar la atención sobre ella. Y todos los efectos de una buena lectura en voz alta promueven el gusto por la literatura.


Las modulaciones con la voz, los gestos, las miradas, los silencios. Todas las bondades de las lecturas hechas con entrega, con intención, con pasión despiertan el deseo de leer individualmente. De no depender de otros para que florezca el placer, los mundos imaginados, las aventuras escandalosas.


Una buena lectura en voz alta remarca los conceptos importantes dándole profundidad a la palabra, quitándole la cáscara institucional o meramente explicativa. La palabra poética da poder y pronunciada en voz alta, es un conjuro al placer y al entender. Pero la palabra escrita, olvidada en su soledad de biblioteca, no sirve. Es el mediador el que le presta la carne a la magia, le insufla el aire a las aventuras, le enseña al que escucha caminos nuevos de entendimiento.


La lectura en voz alta tiene requisitos: debe ser paciente, para que cuaje; seductora, para que atraiga; estimulante, para que incite a la independencia lectora; sorprendente, por definición y divertida, para que invite a la repetición.


Los niños sienten en la piel la dedicación del adulto que les lee, quieren aprender a leer para imitarlo. Si no se les lee con la voz firme, con la mirada inteligente, con la paciencia amorosa del alfarero, se dan cuenta y huyen de la literatura. Cuando ellos juegan a que leen, no juegan, ya leen. Leen las formas de tomar el libro, la parsimonia del correr de las páginas, la sorpresa de las ilustraciones, imitan la magia y el poder.


La lectura en voz alta será el puente entre la verdad y la memoria. Será el puente entre los márgenes de la realidad.


También el lugar debe ser especial. UN LUGAR ESPECIAL, PARA UNA ACTIVIDAD ESPECIAL. No puede ser un lugar donde ocurren otras cosas, debe ser un lugar físico que permita la realización del mundo interior. Un lugar prodigioso donde sea permitido y propiciado el juicio crítico y la creatividad.


Los niños deben contar con un lugar garantizado para su lectura individual y sin cuestionarios para contestar. Un momento donde se puede desarrollar la habilidad de leer. Y sin embargo, los padres consideran que los niños deben leer en las escuelas, y algunos docentes creen que lo harán en sus casas. La lectura es un bien cultural como cualquier otro y debe desarrollarse y enseñarse dentro de las escuelas como parte de un patrimonio común.


También quiero señalar que existen prejuicios con respecto a los niños, muchos. El primero con respecto al vocabulario. Que los niños no pueden sumarse a un texto con palabras difíciles, que los textos con muchos diminutivos son mejor entendidos, que los niños que provienen de sector sociales de menores recursos no podrán desarrollar jamás un código más elaborado. Que algunos niños ya son de los márgenes, y para ellos no es necesario aprender a leer literatura. Creo que son errores en los que nos cuesta pensar, pero que al verbalizarlos en voz alta comenzamos a erradicar por absurdos.


Un buen cuento debería ser la mejor recompensa por un día arduo de trabajo, pero no un cuento con intenciones didactistas, sino el simple agasajo de una historia sorprendente. La atención de unos minutos dedicados a la palabra artística como regalo.


El gran cambio que sienten los niños cuando empiezan a leer solos, es que ya no pueden entender todo por sí solos, menos si hablamos de palabras aisladas o de letras sueltas. Necesitan partir de un todo en el que cada parte ilumine el sentido del resto. En el que un adulto ayude como puente o mediador cultural.


Desde que nace, el niño está rodeado de lenguaje, envuelto en múltiples capas de palabras evocadoras y sugerentes. Esas palabras estacionadas en la boca luego vuelan y van a posarse en los objetos para nombrarlos, para señalar su pertenencia y para seguir hablando a través del tiempo. Uno de esos objetos sagrados portadores de historias, de palabras, de recuerdos y sensaciones son los libros. Dejemos que los niños en la escuela tengan la oportunidad de poseer la magia de la literatura y sembremos el deseo de la independencia en la palabra.

Leído en el Segundo Congreso Provincial de Alfabetización. “Diversos caminos para un mismo aprendizaje.” Organizado por la Dirección General de Escuelas y la Municipalidad de Lavalle. Mendoza. Noviembre de 2012.

(*) Marisa Pérez Alonso es Licenciada en Letras de la Universidad Nacional de Cuyo.  Ejerce la docencia en Nivel terciario y es cuentacuentos.  En 2001 publicó su primer libro de cuentos fantásticos De la luna y otros monstruos.  En 2010 obtuvo la mención de honor en el III Concurso de novela Jóvenes del Mercosur de Editorial Comunicarte con la novela juvenil Mundos peregrinos. En 2012 obtuvo el Primer Premio en el Concurso Elevé Juvenil con la novela para jóvenes Juan de este mundo.